La metacrisis y nuestra disonancia cognitiva

Vivimos en un mundo extraño y estamos inventando nuevas palabras  para describirlo. Me atrae el concepto de la #Metacrisis que han explorado varios economistas, tecnólogos y filósofos, entre ellos  Jonathan Rowson, co-fundador y director de Perspectiva y del blog de substack “Joyous Struggle”. Él la define de esta manera tan bella:

“la amenaza históricamente específica a la verdad, la belleza y la bondad causada por nuestra persistente incomprensión, valoración y apropiación erróneas de la realidad.”

Es la crisis que subyace a todas las otras crisis sociales, ecológicas, económicas y existenciales que padecemos. Se refiere a nuestra incapacidad de encontrar un sentido a lo que está sucediendo. Es tu experiencia diaria, tu incredulidad de lo loco que está siendo todo. Es la crisis que puedes ver y también sentir. La metacrisis está en la forma en la que el mundo cobra sentido pero también en no saber cómo narrarte en el contexto de un planeta amenazado por nosotros mismos. 

Vivimos en permanente disonancia cognitiva. Las desgracias son cada vez más cercanas. Vientos huracanados tumbaron en Madrid un árbol centenario que al caer mató a una chica de 23 años. En mi ciudad no pasan esas cosas. Hace solo una semanas tuvimos el día más lluvioso del que se tienen registros y este verano rompimos records de calor cada semana.

Mientras tanto, cada uno representa su papel con diligencia, vive una vida “normal”, se gana el sustento y sigue sus rutinas. Pero es imposible no enterarse. Como nos dice Tim Leberecht en un reciente post “el mundo entero y sus males están presentes cada vez que echamos un vistazo a nuestros teléfonos”.

En nuestro feed del móvil que consultamos compulsivamente, nos llegan las noticias de que todo se derrumba y que los compromisos que podrían salvarnos se incumplen sistemáticamente. Aun así vivimos como si pudiéramos seguir con esta misma vida para siempre. Somos incapaces de percibir y comprender las diferentes crisis y actuar en consecuencia.

Luego está la tecnología. En vez de hacernos la vida más fácil, nos crea aun más ansiedad. En una carrera desenfrenada hacia no se sabe dónde, las tecnológicas compiten por hacerse con el último gigantesco pastel: el de la IA generativa. Caiga quien caiga. Consumiendo más agua y energía que países enteros. Una tecnología que avanza mucho más rápido que nuestra capacidad para asimilarla. Dice Adela Cortina que resulta inhumano ver cómo se desatiende a millones de ciudadanos que mueren diariamente de hambre o acribillados por las bombas mientras  se invierten millones en crear una posthumanidad de máquinas inteligentes.

¿Por qué? ¿Por qué esta “persistente incomprensión, valoración y apropiación erróneas de la realidad” que amenaza nuestros más altos valores?

Dice Paolo Giordano en su novela “Tasmania” que el motivo es porque nos importan más nuestras catástrofes personales que las planetarias y que el ecologismo está cargado de buenas intenciones pero nos aburre mortalmente. Pero quizás sea más honesto reconocer que no podemos soportar la verdad:  que una catástrofe de proporciones inimaginables ya está horneada en la atmósfera. 

“Todos vemos en secreto que el mundo se va a acabar pero nadie quiere decirlo en voz alta porque entonces se acabaría de verdad, y tendríamos que asumir la responsabilidad de haberlo matado, o al menos de no haberlo salvado. En lugar de eso asentimos a nuestros fantasmas y seguimos adelante» dice Andrew Boyd en su libro “I want a better catastrophe: navigating the climate crisis with grief, hope and gallows humour”. “Nos deslizamos hacia una extraña doble vida, atrapados entre la sensación del apocalípsis inminente y el miedo a reconocerlo” dice Joanna Macy.

Presentimos la fatalidad pero solo vagamente. Preferimos pensar que lo que está ocurriendo es inverosímil. En el fondo todos desearíamos ser negacionistas. Y, sin embargo, los científicos y activistas climáticos han encontrado vías para vivir con esa verdad. El Dr. Guy McPherson, conocido “doomer” o catastrofista, dice algo hermoso:

“Si somos los últimos de nuestra especie, actuemos como los mejores. No hay mejor momento que ahora para mostrar lo mejor de nosotros mismos”

Es el reto de mantener intacta nuestra humanidad sea lo que sea lo que venga. El ejemplo de odio y venganza que estamos actualmente contemplando no ayuda, pero todos entendemos a qué se refiere. Rebecca Solnit en “Hope in the dark” nos recuerda de qué madera estamos hechos y como el impulso natural ante la desgracia es la ayuda mutua y la solidaridad.

Como si la verdad fuera un recortable, aislamos lo que vamos aprendiendo para que nos encaje con el argumento más esperanzador en el puzzle en el que podemos vivir. 

¿Cómo podemos salir de este bucle de disonancia cognitiva?

Si hay algo en el que todos los expertos coinciden es que es preciso que nos rompa el corazón. “Tiene que haber un espacio en el que podamos llorar – dice Naomi Klein – y entonces podremos cambiar”

Este es el espíritu del proyecto artístico The climate Ribbon que se pregunta:

“¿Qué es lo que verdaderamente amas y esperas que nunca desaparezca a causa del caos climático?”

Te pide que dediques un momento a reflexionar sobre esta cuestión y que guardes la pregunta en tu corazón. Una vez que nazca tu respuesta, escríbela en una cinta y cuélgala dónde están todas las demás (un árbol, por ejemplo). 

Busca una cinta entre todas con un mensaje que te conmueva y átatela a tu muñeca. Puede ser de un amigo o de un desconocido. Tu misión en adelante será proteger lo que esa otra persona más ama.

Un proyecto precioso de solidaridad íntima para replicar en todas partes. Todo el mundo tiene algo que perder  y cuando lo reunimos en un solo lugar la escala de la catástrofe -pero también de la humanidad- es abrumadora. La solidaridad es una forma de ternura.

¿Cómo nos cuentan lo que está pasando? 

Se enfatizan estadísticas abstractas en vez de aquello que la gente puede ver y sentir. El exceso de información y de crisis provoca que la gente se paralice, se rinda o se encierre en sí misma. Nadie se levanta diciendo “¡Umm, qué buen día para descarbonizar!” Necesitamos humanizar el discurso, qué les pasa a las personas y cómo les afecta, contar las historias que nos toquen el corazón. 

Sin embargo, los relatos enfatizan todo lo malo. Andrew Boyd con mucho humor negro, habla de estos cuatro: 

  1. La humanidad es un virus. “A algunos les puede parecer incluso democrático en plan “Matadnos a todos. Dejemos que Gaia lo resuelva” pero teniendo en cuenta quién tiene más probabilidades de resultar herido primero, básicamente estamos diciendo “Matadlos a todos. Dejemos que el racismo, la desigualdad y la brutal lógica del mercado lo solucionen”. Un espanto.
  2. Somos adictos al petróleo. “Y como tales para conseguir nuestra dosis haremos lo que sea, mentir, robar, y si es necesario, matar. ¿Podemos intentar cortar el suministro tóxico (“¡mantenlo bajo tierra!”) para que nuestra sociedad se autolesione menos aunque la clínica siga tan desgraciadamente baja de metadona (eólica y solar)?».
  3. Estamos en un tren y nos dirigimos a un precipicio. Vamos a toda velocidad y nos pasamos la estación del 1,5º. No sabemos cómo frenar en seco, ni siquiera descarrilar.
  4. Nuestra economía está en guerra con muchas formas de vida en el planeta, incluyendo la humana. Algunos imaginan un Plan Marshall para la tierra. Otros el colapso social al estilo Mad-Max, en una guerra total de todos contra todos. Otros una guerra de nosotros contra ellos, en la que “ellos” son los refugiados climáticos y a nosotros más nos vale convertirnos en una América o Europa Fortaleza.

Pero afortunadamente también hay alternativas más positivas al colapso en el imaginario colectivo que desarrolla brillantemente Futerra:

El Motín Juvenil de Fridays for Future encabezado por la jovencisima activista Greta Thunberg que protesta por la falta de acción contundente en la lucha climática.

El Salvador Tecnológico, un tecno-bro salvador del clima. Esta historia puede generar complacencia y desviar la atención y el dinero de otras soluciones, justificar peligrosos proyectos de geoingeniería o malgastar millones en plantas de captura de carbono que no se sabe si funcionarán. A todo el mundo le gusta una solución rápida, brillante y llena de jerga. Pero el clima necesita algo más.

El Despertar Global. En esta historia, la gente descarta el consumo excesivo y la explotación del capitalismo destructor del clima, fundando nuevos estilos de vida basados en valores regenerativos y en la orientación al bien común. La reducción de tamaño de la economía (el decrecentismo), la lucha contra el neocolonialismo y el creciente interés por las cosmovisiones indígenas contribuyen a esta historia.

En un momento en el que, pase lo que pase, necesitamos cultivar la mejor versión de nosotros mismos, es imperativo cambiar el guión y el tono de nuestras narrativas sobre el clima. Futerra nos da las claves. Del miedo y el terror a la esperanza. De la ira y la rabia al propósito. Del dolor al asombro. De la confusión a la confianza. De la culpa al orgullo. De la apatía a la motivación. De la frustración a la claridad. Del desafío al deseo. De la hostilidad a la pertenencia. Del aburrimiento al entusiasmo. De la desconfianza a la apertura. Del agotamiento a la energía. De la lógica a la magia. En definitiva, se trata de permitir que aflore la riqueza de nuestro complejo paisaje emocional  y dé forma a historias que nos inspiren a todos sin excepción.

Las historias tienen el superpoder  de convertir la crisis climática en algo personal, local, cercano y solucionable. En algo de lo que quieres formar parte porque te conduce a un escenario por el que merezca la pena luchar.

Y además seguir recogiendo aquellos mensajes esperanzadores de gente que admiramos y que nos dan fuelle para seguir adelante. Como dice Joanna Macy:

“Puede que estemos más cerca de un brote de cordura de lo que pensamos”.

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