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¿Qué pasó en mi 2024?

Y pasó otro año. Cada vez más veloz, ajustándose a este tempo de la vida acelerada que es el signo de los tiempos. Lleno, como siempre, de cosas buenas y malas, de sorpresas y desvíos del camino proyectado. Me propuse muchas cosas con mi cabeza, que tiendo a no cumplir, y con mi corazón, que escucho un poco más. Escribí a comienzos de año lo que deseaba que llegara y lo que de lo que me quería librar, tanto para mí como para el mundo.  Deseaba ser fiel a mis compromisos conmigo misma, como escribir todos los días. Deseaba gozar, reir mucho, dar, compartir, hacer teatro, leer, trabajar solo en aquello que trajera algo bueno al mundo. Deseaba seguir aprendiendo de cambio social, ver que el mundo emprende caminos virtuosos, deseaba paz, paz y paz.  Y, aunque, por muchos motivos, 2024 ha sido un año nefasto, nuestras pequeñas vidas siempre están llenas de pequeñas satisfacciones, de una escala de grises y de otros colores menos tristes que hacen que sigamos adelante y que en la balanza siempre gane el más.

Repaso mi diario y mis cuadernos. ¿Qué puedo destacar? 

Ha sido el año de aprender, desaprender e interactuar con una comunidad internacional maravillosa de gente afín. Gracias Linkedin por ser (todavía) un refugio de talento empático de incalculable valor.  He tenido la suerte de pertenecer a las primeras cohortes de dos proyectos excepcionales. 

Empecé el año con Project Tipping Point, el primer curso abiertamente decrecentista, que no cree (y por tanto no enseña) en el tecno-optimismo ni en la falacia del crecimiento verde; un curso abiertamente anticolonialista, antiimperialista y, por tanto, anticapitalista (ver definición de capitalismo de Kate Raworth).  Un curso que enseña también la sabiduría de las comunidades indígenas que representan la importancia del equilibrio y el respeto por los recursos naturales; lo que podemos hacer individualmente; el uso de métricas alternativas al PIB; ejemplos reales de modos alternativos de vivir que producen mucho mayor bienestar y otros muchos temas. De este curso conseguimos mantener viva una pequeña comunidad de gente afín con la que poder hablar de todo lo que nos ocupa y preocupa. Hablamos por videoconferencia casi todas las semanas y una vez al mes nos reunimos en nuestro Book Club. Hemos leido a Vandana Shiva, a Irene Solà, a Robin Wall Kimmerer, a Jenny Odell, a Jason Hickel, a Sohei Saito, a Tim Jackson, a Thich Nhat Hanh y ya tenemos un nuevo libro para continuar en enero.  

Terminé el año con Beautiful Economies Learning Lab de Inez Aponte, un curso que hace que seas consciente de la influencia del relato económico hegemónico en tu vida a través de distintos prismas y explora cómo podemos empezar a contar una nueva historia, tanto con nuestras palabras como con nuestras acciones. Trabaja a partir de la matriz de necesidades y satisfactores del Desarrollo a Escala Humana de Manfred Max-Neef. La necesidades humanas no son jerárquicas. Se simultanean, complementan o compensan. Son carencias pero también potencias. Meditación, poesía, historias, interacción, herramientas…El laboratorio de aprendizaje que te pasa por el cuerpo es una pura delicia. 

Tuve la suerte de organizar y disfrutar de un nuevo retiro de Crecimiento Teatral con Nuri Zubiri “Como crear relaciones sanas” que  fue un encuentro de mujeres valientes. Una convivencia madura, honesta, muy intensa y muy íntima a la vez. 

Y de participar con un relato en “Richphobia,” un e-book colaborativo global que explora un futuro especulativo en el que cualquier tipo de riqueza ha sido eliminada y se han aplicado medidas disruptivas para recrear un nuevo paradigma social y económico. ¡Ganas de poder ver el resultado final y compartirlo!

Ha sido el año del descubrimiento de The Madrid Players con la participación en la obra Gimme Five, cinco comedias geniales que llenaron el teatro en sus cuatro funciones. Que gusto volver a hacer teatro, con el reto añadido de hacerlo en inglés. Y empezar a aprender a escribir relatos en la escuela Fuentetaja. O escuchar y escribir la historia de Josefina, una viejecita de 92 años que conserva una risa jovial y está muy satisfecha con la vida que le ha tocado vivir.

Y por supuesto de Moka, nuestra podenquita con mucha personalidad que llego a nuestras vidas el 1 de septiembre con 4 meses, gracias a Aída Cerón, la primera brillante creadora de contenidos de Plázida cuando era un coworking . Moka corre como una gacela y salta como un canguro. Es una piante (literalmente), hipersociable y brava (se atreve con todos los perros de cualquier tamaño). Su momento favorito del día son las 7 de la mañana cuando literalmente nos saca de la cama para ir a encontrarse con su adorada pandilla perruna y amos con chuches. Disfruta al máximo de su momento de libertad total. En solo cuatro meses nos ha cambiado la vida. En casa convive con Piña, que, con sus 15 años, la tolera y sigue la filosofía de no violencia.

Un montón de otras lecturas me han abierto la mente y hecho disfrutar. Por citar solo algunas,  “La civilización de la memoria de pez” de Bruno Patino, pequeño tratado sobre el mercado de la atención; “La mala costumbre” de Alana S. Portero, una novela maravillosamente escrita, tierna y dura a la vez; “Tinta invisible” de Javier Peña, sobre las pérdidas, la escritura y el poder transformador de las historias; “El amigo” y “Cuál es tu tormento” de Sigrid Nunez, sobre la amistad, el envejecimiento, el suicidio, la muerte de alguien querido;  la obra de teatro sobre el drama de nuestra época, “Todos pájaros” de Wadji Mouawad“El Ministerio del futuro” de Kim Stanley Robinson, descorazonadora y esperanzadora a la vez o el “Diario de una abuela de verano” de Rosa Regás que en un momento proyecta un “Quisiera un mundo…” tan bello que entiendes por qué fue joven siempre.

Tristemente también ha sido el año de la muerte repentina de Javier, uno de mis mejores amigos. Una bacteria de hospital se le llevó en 5 días.  Nos enteramos de su lucha de vida o muerte porque nos mandó un whatsapp desde la UCI.  Generando datos hasta literalmente el final.  Qué pena y qué raro es todo ahora.

En cuanto al mundo, ha sido un año con un déficit de las palabras bonitas de siempre como ternura, amor, solidaridad, paz, compromiso, verdad, esperanza, confianza. Hay algo muy humano y a la vez bastante estúpido en cómo no podemos contemplar nuestra propia destrucción y buscamos cualquier excusa para mirar hacia otro lado. La cosa está bastante fea. Mires donde mires la policrisis se enquista, se convierte en permacrisis y metacrisis.  No se dónde leí que vivimos en un mundo de abundancia sin alma. De gratificación instantánea, donde todo es fácil. No hay que esforzarse ni pensar. Secretamente anhelamos lo contrario, que nos limiten las opciones. Menos ropa. Menos emails. Menos libros pero más relecturas. Menos documentación. Menos planificación. Menos cosas pero más tiempo para disfrutar. Todo necesita ser revisitado, repensado, reinventado, rediseñado. Es una tarea enorme. 

Empecemos por las palabras.

“Las palabras sostienen nuestro mundo. Son ellas las que ordenan el caos, las que conforman la memoria. Ellas crean el miedo, ellas lo abaten. Ellas penetran en las almas y encienden allí hogueras. Por eso hablar debe ser, siempre, aportar luz”

Pedro Olalla, Palabras del Egeo

Palabras que  me han ayudado este año a ordenar el caos, a mi metaconciencia, a prestar atención a lo que presto atención. Como agnotología que es la ciencia donde se estudia, investigan y enseñan las oscuras artes de la negación y la desinformación.  Como solastalgia que es el cultismo de la “ecoansiedad”,  esta angustia específica, estrés mental o existencial que causa el deterioro medioambiental. A mi particularmente me causa solastalgia ver la proliferación de SUV tan grandes, tan excesivos y agresivos, como tanques, las tiendas de fast fashion siempre a retaque, las compras compulsivas del Black Friday, los supermercados llenos de plásticos y residuos innecesarios, las macroobras del metro que han sacrificado tantos árboles en Madrid sin tener en cuenta las protestas de los vecinos… Como tecnosfera, una rama  artificial y parasitaria de la tan abusada biosfera. Hoy la tecnología y sus materiales han colonizado todas las zonas biológicas del planeta y virtualmente dan forma a toda la actividad humana. Posee su propio metabolismo  apropiándose constantemente de recursos como un ejército y provoca una lucha competitiva entre países y corporaciones para “no quedarse atrás” (trampas multipolares). Solo su demanda de agua dulce equivale cada año a un Mar Mediterráneo. El triunfo de la tecnosfera conduce al tecnopolio, la sumisión de todas las formas de vida cultural a la soberanía de la técnica y la tecnología que está enriqueciendo de manera desmesurada a los milmillonarios, que hay quien los llama los bullyonnaires. Es la llamada paradoja de Lauderdale, la integridad de la biosfera del planeta, la mayor riqueza pública de todas se ha sacrificado en nombre de la riqueza privada. Y también la caquistocracia el gobierno ejercido por los peores que nos ayuda, al menos, a poner nombre a elecciones que nos resultan incomprensibles. La caquistocracia actual tiene bastante que ver con la manosfera, la red de sitios que promueven la masculinidad tóxica, la hostilidad hacia las mujeres y una fuerte oposición al feminismo, asociados políticamente con la extrema derecha y la derecha alternativa que vemos resurgir en muchos países. Y también con la misología, el desprecio a los razonamientos y con la triada oscura (el maquiavelismo, la sociopatía y el narcisismo).

Entre las palabras que me han aportado luz está la exnovación, el contrapeso necesario a la innovación, el metódico desmantelamiento de lo innecesario que plantea el decrecimiento. Ojalá suceda y lo hagamos con cabeza. O la esperanza radical que, aun reconociendo que las posibilidades pueden ser escasas y que las probabilidades están «en contra», actúas porque te sientes impulsado por los valores y la visión que te inspiran. Como escribió el historiador Howard Zinn, deberíamos aspirar a un credo colectivo de «como si»: actuar siempre como si el cambio fuera posible para no vivir con el remordimiento de no haberlo intentado. Desde Plázida anhelamos desacelerar el ritmo de vida buscando una relación sustancial y sostenible con la complejidad del mundo. Un acto de resistencia frente al utilitarismo. Un ambiente más sano para nuestra mente, libre de ruido, de artículos que no queremos, libre de la tiranía del algoritmo. Un sitio donde puedas controlar tu contenido y  traer el espíritu de lo analógico de vuelta. Sabemos que todo en la red es potenciamente falso  y que nos roba mucho tiempo de vida. Ojalá que el internet tal y como es ahora desaparezca para vivir de verdad sin pantallas y volver a confiar y recuperar la atención. Necesitamos frugalidad tecnológica, que elija las soluciones menos complejas, las que consumen menos recursos, las que tienen un impacto negativo menor. Necesitamos más deinfluencers: creadores de contenido que trabajan para desactivar el comportamiento compulsivo. Necesitamos desactivar el tecnofeudalismo en palabras de Yanis Varoufakis que crea ingente mano de obra gratuita: siervos en la nube.  

Necesitamos revertir el proceso insaciable de convertir en mercancía cuantas más vidas posibles a expensas de los valores humanos. Un consumo que alimenta el sistema pero ni nos nutre el alma ni alivia nuestra ansiedad. Hay muchísimo dolor sin gestionar. Necesitamos rehumanizar cómo trabajamos, cómo socializamos, cómo comemos, como aprendemos, cómo nos divertimos, cómo hacemos ejercicio. Necesitamos reactivar la noosfera, la conciencia colectiva de la humanidad, nuestra brújula moral interior. Nuestra huella kármica que produzca pensamientos, palabras y acciones buenas para el mundo. Necesitamos una nueva definición de progreso  Que priorice la supervivencia. No es tener más cosas que puedas tocar fisicamente. Progreso es más tiempo, mejor salud, más educación, una biosfera más sana. Una ecología del cuidado. Interactuar, apoyarse y depender unos de otros. No caigamos en la falacia del coleccionista: no necesitamos más recursos para resolver nuestros problemas, sólo necesitamos hacer más con los conocimientos que ya tenemos.

Este año me hice también una larga lista de preguntas que quizás juntos podríamos contestar. Por ejemplo:

¿Qué nos pasa? ¿Por qué no reaccionamos? ¿Por qué somos indiferentes al dolor? ¿Por qué esta apatía?

¿Por qué trabajar duro para un sistema que acabará exterminando a la humanidad?

¿Por qué no podemos hacer menos?

¿Cuándo será la economía sinónimo de ecología?

¿Por qué (con la que está cayendo…) se permite hoy el desarrollo exponencial de tecnologías insostenibles?

¿En qué nos convertimos cuando todo tiene que ser sin fricción, cómodo, rápido, eficiente?

¿Y si nos ponemos de acuerdo de una vez por todas para crear un futuro deseable que no deje a nadie atrás  y lo hacemos realidad?

Y recopilé también muchas citas que  decían mucho con muy pocas palabras. 

Os dejo ésta del filósofo Josep María Esquirol sobre nuestro devenir en el mundo. Ojalá os inspire para el próximo año. ¡Feliz 2025!

“Caminar despacio sin ignorar los obstáculos, las dificultades y las luchas que de ninguna manera pueden ni deben evitarse. Caminar prestando atención a los márgenes, al color de la tierra y a la forma de los árboles pero, sobre todo, a las solicitudes de los compañeros de viaje”