Slow living y la liberación de la atención

Vivimos en tiempos confusos y contradictorios. Estamos atrapados simultáneamente entre la aparente “normalidad” con la que aun operan la mayoría de las empresas, el colapso del sistema con múltiples crisis interconectadas y la rápida transformación que (esperamos) nos conduzca al futuro deseado. 

Y mientras tanto se nos va la vida. Una vida que como dice Neil Levy en “Neuroética”queremos que represente nuestros valores fundamentales  y que tenga un sentido narrativo: que podamos contárnosla y contársela a los demás como una historia que explique de dónde venimos, cómo hemos llegado hasta aquí y a donde nos dirigimos. Una vida con sentido y propósito.

Pero lo que sucede ahí fuera constantemente nos distrae de nuestro objetivo. Cada mañana me siento delante del ordenador para trabajar en mis proyectos pero la tentación de mirar lo que ha entrado a mi móvil es demasiado grande.Y una vez que lo haces, hay que hacer un esfuerzo sobrehumano para asimilar lo importante, gestionar bien el verdadero conocimiento y dejar tiempo para no verse abducido por la última novedad. En lo que va de mes hemos conocido el ChatGPT, una IA abierta y gratuita que responde con lenguaje natural a todo lo que le preguntes.  Ha habido una explosión de blogs y posts sobre su uso y ya nos están advirtiendo sobre sus peligros. Es imposible no claudicar ante un precioso vídeo sobre el movimiento generativo o sumergirse en la lectura de un post sobre el concepto de “dépense” en el decrecimiento. O ante un fantástico post sobre el pensamiento crítico o retuitear un post sobre la infame noticia de que ExxonMobil tuvo datos precisos de lo que iba a pasar con el planeta a pesar de haberlo negado durante décadas. Es imposible no sucumbir a estudios de tendencias de tus consultoras favoritas o a los artículos que hablan de nuestra resiliencia frente al cambio o de lo que podemos aprender de la naturaleza. Por no hablar de lo que sucede en Instagram y en tik tok, verdadera cocaína para nuestras adicciones 

En toda esta vorágine, echamos en falta las pausas, el tempo de nuestra propia fisiología, la que se desplaza sobre un compás imperfecto y tiene serias dificultades para hacer más de una cosa a la vez. Necesitamos puntos de anclaje, discernir el trigo de la paja, tiempo exclusivo para reflexionar y absorber. No podemos simplemente dejar atrás lo viejo y abrazar la avalancha de lo nuevo, sin red.

A pesar de lo atractivo del último post de nuestro scroll infinito y de los podcasts que escuchamos en cualquier ocasión, los libros nos proporcionan ese tiempo de antaño, el circular, el de las cuatro estaciones, el de la tierra y los embarazos que siguen siendo de 9 meses. 

Ya no leemos de la misma manera. Necesitamos constante chutes de dopamina. Hacemos pausas para entrar en nuestra red favorita y esto siempre nos entretiene más de la cuenta y nos desvía el foco de atención, a veces durante horas. 

Y todo esto es mucho más grave de lo que pudiera parecer a simple vista.

Liberar la atención humana podría ser la lucha ética y política decisiva de nuestro tiempo 

Este es el principal mensaje del libroClics contra la humanidadde James Williams. Sin atención no podemos hacer nada que merezca la pena. Las grandes tecnológicas nos la han robado con alevosía y premeditación, “recurriendo  a las astucias más mezquinas, a nuestros impulsos más viles, a ese ser inferior que nuestra naturaleza ha tratado siempre de combatir y superar.” Con la sola intención de mantenernos clicando, tecleando o deslizando el dedo y mostrarnos el mayor número de páginas o anuncios posible.

Como decía Jeff Hammerbacher, ex-director de investigación de Facebook, “las mejores mentes de nuestra generación están pensando en cómo hacer para que la gente clique en sus anuncios; es muy triste” James nos hace ver que ni la naturaleza ni la costumbre nos ha preparado para reconocer este nuevo sistema de fuerzas persuasivas que hoy pesa tan profundamente sobre nuestra atención, nuestra conducta y nuestra vida.

La atención se presta siempre a fondo perdido. Se paga en futuros posibles a los que uno debe renunciar: conversaciones con gente a la que quieres que no tendrán lugar, horas de sueño que nunca recuperaremos, retazos de vida que hemos perdido para siempre. 

La economía de la atención es hija de los excesos insostenibles del capitalismo y de su lógica competitiva. Hay que conseguir  capturar y explotar la atención del consumidor a cualquier precio.  Extraer millones de datos con el solo objetivo de obtener beneficio. Y para esto, las empresas invierten miles de millones, que podrían utilizar para resolver los grandes desafíos de este mundo

Esta gigantesca estructura de persuasión debilita las facultades que permiten al individuo definir sus objetivos o perseverar en ellos. Facultades como la reflexión, la memoria, la predicción, el sosiego, la lógica y el establecimiento de objetivos. Han conseguido llenarnos todos los vacíos y esperas con las apps adictivas y notificaciones. El usuario medio consulta su móvil 150 veces al día y lo toca más de 2600 veces.

Una de las consecuencias más terribles es que viraliza la indignación y el odio a diario. Esto da lugar a reacciones en cadena que provocan la oclocracia, el gobierno de la plebe, la ley de la calle con consecuencias tan dramáticas como las que se han vivido en Brasil hace unos días. La economía de la atención amplifica lo peor del ser humano.

Está claro que sus objetivos y los nuestros no coinciden. Nadie se levanta diciendo “hoy quiero pasar 3 horas en redes sociales” pero han conseguido s que gente ame la opresión que le somete y adore las tecnologías que le incapacitan para pensar.

Hoy nos cuesta más ser quien queremos ser, sentimos que nuestro yo se fragmenta y se disgrega. Cuando uno por fin advierte que los hábitos que ha ido adquiriendo difieren de sus valores, en su fuero interno siente algo que se parece a un cuestionamiento o incluso a una pérdida de identidad.

El poder de moldear los hábitos atencionales (y por tanto las vidas) se encuentra en muy pocas manos. Es un proyecto de manipulación de voluntades a gran escala. Socava los cimientos sobre los que se asienta la democracia. Y cabe esperar que en el futuro las tecnologías de la economía de la atención digital nos conozcan aun más intimamente para persuadirnos con mayor eficacia.

El filósofo Charles Taylor señala que el peligro es el de una ciudadanía incapaz de marcarse un objetivo común y llevarlo a cabo justo cuando más lo necesitamos. Olvidar la historia de nuestra identidad compartida puede tener consecuencias gravísimas.

Y sin embargo, nos señala James Williams, esto no tiene por qué ser así. Se pueden y deben diseñar algoritmos que saquen lo mejor de la gente. Está en nuestras manos y hay que hacerlo cuanto antes.

Se debería aspirar a  promover la bondad, la amistad,  la concordia, la humanidad compartida. Fomentar una disposición paciente y tolerante para ver y buscar lo bueno en lugar de insistir obsesivamente en lo malo.

Hoy en día afrontamos grandes retos en todos los ámbitos de la vida: a escala planetaria, social, organizacional e individual. No podemos permitirnos el lujo de estar distraídos. Es importante prestar atención a lo que la merece y este debería ser el objetivo de las tecnologías de la información.

Como dice James Williams, no podemos buscar culpables. Ni una sola persona en toda la industria de la economía de la atención digital pretende apagar las luces de nuestra atención, desbaratar nuestras vidas, crear una sociedad más dividida e indignada o socavar los cimientos de la democracia. Pero el sistema, para perpetuarse a sí mismo, se ha visto obligado a llegar hasta el final. Y nadie nos está advirtiendo que vivimos rodeados de una infraestructura mundial de persuasión inteligente.

Falta un debate sobre la compatibilidad del diseño tecnológico y las metas y valores del ser humano. No hay que pedirle a la gente que luche contra los ejércitos de la persuasión industrializada. Alfred North Whitehead decía que algunos de los peores desastres de la humanidad se deben a la estrechez de miras de personas provistas de una buena tecnología.

Es una lucha tremendamente desigual. Tenemos, por un lado, toda una industria que se gasta millones en tratar de captar tu atención con la ayuda de los ordenadores más potentes del mundo, y por otro….tu atención.  Hay que promover la capacidad de la gente a negarse a que cosechen su atención nos dice James Williams. Darle la potestad de decidir si quiere pagar el contenido online con su dinero o con su atención. Los inversores deberían desincentivar este tipo de modelo de negocios. Los usuarios deben tener voz durante el proceso de diseño.

Tenemos que dejar de pensar que somos impotentes, rechazar la novedad por la novedad  y el cambio por el cambio. Hay que resistirse al letargo, al fatalismo y a los discursos beligerantes. El bien tiene que prevalecer.

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